Mi abuela sigue en coma. Cuando la ingresaron, los médicos auguraron (como si fuesen adivinos o algo, que al final han resultado ser como pitonisas de las malas) que se despertaría en un par de días. Hoy hace 14 que entró en coma (no muy profundo, pero tampoco sé en cual de los 15 estados de coma la han clasificado). Ni revive ni se muere. Tan sólo está ahi, pasando calor y deseando irse.
La semana pasada el médico nos comunicó que el nivel de benzodiacepinas en sangre seguía siendo alto, y que no encontraba ningún motivo para que fuese así. Y el tío, tan chulo él, decidió que es que alguien la estaba envenenando (lógicamente, alguien de fuera del hospital, familiar o allegado). Total, que mi abuela lleva desde el jueves de la semana pasada aislada. Sin nadie que la peine ni le refresque la cara, y atada a la cama para que no se arranque la mascarilla, la sonda intragástrica, ni la otra, ni la vía.
Nos hemos cubierto las espaldas desde el punto de vista legal lo mejor que hemos sabido (es una acusación muy grave la que nos han hecho), pero desde el punto de vista humano y familiar no encontramos forma de sobrellevarlo. Bueno, yo sí, pero mi família no mucho.
Desde siempre, mi reflejo automático ante el pánico ajeno es la serenidad. Es un acto reflejo. Es como si alguien mucho más objetivo y frío actuara a través de mi cuerpo, imprimiéndole algo de cordura a una situación difícil. Acostumbra a sucederme con las emergencias médicas; saco valor y conocimientos de donde ignoraba que los hubiese y, simplemente, actúo. Es algo de lo que he hecho uso tal vez tres o cuatro veces a lo largo de mi vida, pero siempre ha resultado eficaz y eficiente. Mis receptores están de punta, cualquier otra cosa (el trabajo, los estudios, a veces hasta yo misma) pierden toda su prioridad y se convierten en algo accesorio, secundario. Como si fuese una leona cuidando a sus crías (aunque éstas crías sean mis padres, hermanos, amigos, tíos o tíos abuelos, da lo mismo). Mi padre lo sabe, pero le cuesta llamarme cuando sabe que lo necesita, porque supongo que para él es complicado confiar en la madurez de su niña.
Y no sé a qué venía ésto, tal vez a que me sorprende descubrir en mí misma la capacidad de hacer lo mismo con éste tipo de situaciones, las de tensión emocional. O tal vez a que ésto contribuye a sentirme como el protagonista de
La Metamorfosis de Kafka, tanto por darme cuenta de los cambios que se obran en mí como por lo surrealista de la situación.
Creo que nunca había colgado un post tan largo....