Vale, uno de mis fuertes es soñar despierta. Es una actividad maravillosa, anónima, secreta y barata. No sé qué más se lo puede pedir a una afición. Y una de las cosas sobre la que estoy dispuesta a confesar que sueño es sobre viajar.
Tengo grandes viajes pendientes, lugares a donde me encantaría ir. El primero de todos, sin lugar a dudas, es
Cuba. Mi madre siempre me cuenta que aún no levantaba un palmo del suelo y ya decía que quería ir a Cuba. Me encantaría conocer la tierra, la cultura, a la gente... Y desearía que fuese antes de la muerte de Fidel, que si no me veo la isla plagada de McDonnalds y Starbucks en cada esquina. Egoísta, sí, pero es mi sueño.
La
India, lugar al que temo profundamente, es otro de mis viajes pendientes. Me asusta la idea de poner los pies es su suelo y respiar su aire. Debe ser un sobreestímulo para los sentidos absolutamente devastador. Y sin embargo, me atrae poderosamente. Supongo que sería la prueba definitiva para comprobar si lo mío es hiperestesia o es que aún no he comprendido los límites de los sentidos.
Evidentemente, no me puedo morir sin conocer
París. No ha sido de forma consciente, pero he leído millares de historias que se situaban en sus calles, en sus cafés, en sus museos. No sería justo que no llegara a conocerlos en primera persona. Evidentemente desearía conocer muchos más rincones de Francia, desde la Provenza a Mont Sant Michelle.
Y por no alargarme más, explicaré que el título del post viene relacionado con
Italia, que es otro de ellos; me atrae especialmente Florencia, desde que leí sobre
el síndrome de Stendhal, claro que no podría perderme Roma, ni Venecia, ni Pompeya, ni... La lista sería interminable.
Ojalá pudiese convertir todos estos sueños en realidad...