He vuelto de vacaciones. Hay años que las vacaciones te dejan más o menos igual, son unas del montón, y al cabo de un par de días de terminarlas casi ni recuerdas que han pasado. Para mí, este año, han sido todo lo contrario. No entraré en teorizar sobre los motivos, pero lo he pasado en grande y he disfrutado un montón de todos los días, hasta de aquellos que he destinado a no hacer absolutamente nada productivo.
He podido visitar rincones de Madrid que no conocía. Debo reconocer que no ha sido una visita demasiado cultural, porque me he dedicado a ir de caprichillo y descansar. Eso sí; he estado en el jardín botánico, que ha resultado ser un auténtico oasis de paz, tranquilidad y frescor, y una maravillosa manera de llenar la mañana. Creo que he hecho más fotos de flores y verduras que en todos los días de mi vida, y algunas de ellas me parecen francamente bonitas. Amor de fotógrafa aficionada, supongo. Pero he descubierto que soy absurdamente feliz echándole fotos a cualquier cosa que me llame la atención. Y que es aún mejor si hay gatos.
Por otra parte la visita a Gran Canaria ha sido maravillosa. La isla es sorprendente, y a pesar de que la panza de burra nos impidió ver el sol durante casi todo el tiempo que estuvimos en la capital también tuvimos sol, playa, buceo, naturaleza y mil estrellas brillantes, además de alguna fugaz. Nuestro anfitrión fue de auténtico lujo (mil gracias, Víctor) y espero que nos devuelva la visita en cuanto tenga la oportunidad.
Pero sucede que, además de todo esto (o, tal vez, precisamente por todo esto) y con todo lo demás estoy volviendo a sentirme bien. Poco a poco vuelvo a tener ilusión por emprender algún proyecto (los tengo razonables y descabellados, y andan ya bullendo y echando burbujillas continuamente) y vuelvo a sorprenderme sonriendo y canturreando para mí misma. Puede ser eso o el moreno, pero creo que hasta se me nota en la cara. Tengo ganas de que llegue el otoño, aunque no prisas. Los últimos tiempos me han enseñado a las malas que cada momento tiene su valor y que hay que vivirlo como se pueda. La valiosa lección es que si siempre vives pensando en el futuro va a llegar un momento en el que al darte la vuelta gran parte de tu vida va a parecer un compás de espera y sonará a hueco. Y eso no mola. Creo que esta que viene va a ser una temporada bonita en la que voy a establecer nuevas rutinas (las del año pasado no las quiero ni me sirven) y voy a iniciar una convivencia con Imperator (aunque ya represente que vivimos juntos hemos pasado poco tiempo juntos en casa, y tengo la impresión de que casi todo ha sido en elgún tipo de situación excepcional, léase mudanza, entre viajes o cualquier otra cosa) en la que tengo muchísima fe. Vamos, si sus compromisos laborales se lo permiten, pobre, que vuelve a encadenar deshacer equipaje con hacer equipaje. No deja de ser irónico que hayamos dejado de tener una relación a distancia para que empiece a llenársele la agenda de viajes de negocios.
Hay veces en las que parece que si el mundo se callase un momentito podrías oir cómo las cosas se reajustan. A veces sonaría como algo deslizándose, otras como tuercas o engranajes, y a veces son grandes chasquidos o compuertas de presas abriéndose. Tal vez mi verano haya sido algo así. O al vez es lo que empieza ahora.
Cuidado con Oscar Pulitzer
Hace 1 año
3 comentarios:
Absence makes the heart go yonder, love.
Cosita mía, a ti lo que te pasa es que se te ha acabado el verano, sí, pero ahora comienza el paraíso.
Me alegra esa fuerza y esas ganas de ser feliz que intuyo por tus palabras.
Para contribuir un poquito:
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Sea como sea, seguro que va bonito ^_^ Un besazo, guapetona
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