Este post va dedicado al Capi, que de vez en cuando suelta perlitas dignas de consideración. Va por tí, cuerpo.
Reconozco que la paciencia no es una de mis mejores virtudes. Cuando quiero algo o tomo alguna decisión mínimamente trascendente acostumbro a tener el deseo (utópico e irracional) de que las cosas hayan cambiado ya, simplemente per haberlo decidido, pensado o deseado. Como si fuese posible formular un Abracadabrabra que pudiera transformar la realidad a mi antojo. Y eso, aceptando la premisa de que no soy un ser onmipotente (por ahora) es complicado.
Soy mayorcita y he hecho mis deberes. Sé que los cambios, normalmente, requieren de tiempo y esfuerzo. La mayor parte de las veces, sobre todo cuando alguno de los eslabones de la cadena del cambio no dependen de tí, todo lo que puedes hacer es poner de tu parte teniendo un objetivo definido, sabiendo qué parte del proceso te corresponde y teniéndola lo más resuelta posible, y estar atenta para no dejar pasar las oportunidades que te acerquen a ese lo-que-sea-que-puedas-querer. Y mientras hay que dejar que pase el tiempo, relajarse y disfrutar del proceso. Admirar el paisaje. La teoría es impecable. Pero de la teoría a la práctica hay un trecho.
Aquí, querido lector, es donde aparece mi amigo Coco, recordándonos una vez más la diferencia entre Creer, Saber y Sentir.
Siendo personas mínimamente inteligentes, alguna vez nos habremos dado cuenta del dramático salto (ese que se parece a un ataque de vértigo, a veces con nudo en el estómago y todo) que supone pasar de un estado a otro. Incluso en los aspectos más objetivos y medibles empíricamente puede fallar nuestra fe, o incluso en el caso en el que podamos creer en ellas es posible no llegar a sentirlas como propias, no ser capaz de aplicarlas o aceptarlas de corazón. Son esas pequeñas incoherencias que notas, incómodas, haciendo chirriar algún engranaje del proceso de lo que tu lógica te dice que debería ser, o cómo deberías sentirte. Suena de fondo, flojito pero estridente. Y es inútil negar que existe esa diferencia, casi tanto como intentar engañarte al respecto. Porque seguirás oyendo ese chirrido cada vez más fuerte cuanto más intentes desoirlo. Como si alguien rascara una pizarra. Tócate las narices.
Como en tantas otras cosas es posible que a lo largo de nuestra vida determinadas creencias, experiencias o nuestra propia cabezonería hagan bailar muchos de los criterios por los que nos guiamos de un extremo a otro de esta lábil escala. Se puede forzar la máquina, claro, siendo muy consciente de qué deseas cambiar y pegándote un toque cada vez que te das cuenta de que vas en la dirección contraria. Pero volvemos al principio, señores; lo que yo quisiera es que eso pudiera cambiar solo con desearlo, y eso no va a suceder. Y es inútil preocuparse o angustiarse por algo así, porque de eso no va a salir nada positivo. Te estás poniendo la zancadilla tú sola, nena, sé consciente.
Trabajo en ello, Capi, no te creas. Me lo curro un montón. Pero aún llevo mal lo de soltarme y no angustiarme en el proceso, resignarme a que las cosas deben ser así. Y me repatea no ser capaz de conseguir ese salto con solo desearlo. Aunque estoy cerquita, cada día un pasito más. O eso espero.
Y ahora, encanto, ya puedes empezar a lamerme las botas.
Cuidado con Oscar Pulitzer
Hace 1 año