24.10.08

Una de cal, una de arena y patada en los cojones.

Una de cal.

 

Hay veces en las que toca darse la razón, aunque sea para lamentarse, y aunque las medallas toque clavárselas en la piel, como es el caso. Si miráis un poco más abajo recordaréis la operación de Imperator, con todo su efecto sorpresa, su ingreso en el hospital y su deconstrucción de cualquier atisbo de planificación presente (por ese momento) y futuro (por los días de vacaciones que moví) que pudiese haber.

 

Pues un compañero me ha comentado hoy que mi directora favorita, la déspota que se divierte amargando la vida al personal, se dedicó a llamar a todos los jefes y directores con los que tiene confianza (o algo) para contar que se me había ocurrido coger dos días de vacaciones estando en su oficina... ¡Y a final de mes! ¡Y el primer jueves que se trabajaba por la tarde!. Que menuda irresponsabilidad y que qué falta de compromiso, que no había visto cosa semejante en la vida.

 

Da lo mismo que tengas a tu pareja ingresada en el hospital y que esos días de vacaciones te correspondan. Da lo mismo que, en realidad, ella no tenga que autorizar nada de nada porque no formas parte de la plantilla de su oficina. Hace juicios y reparte prejuicios. Y va a ser la encargada de hacer mi valoración este año. Es de esas cosas que me chirrían sobremanera.

 

Y a pesar de eso hay pequeñas victorias al respecto. La primera es que parece que finalmente han decidido que las necesidades de soporte en esa oficina van a repartirse entre todos los compañeros del equipo o a no cubrirse, pro que al menos no me las voy a comer sola más. Y que no voy a pasar por esa oficina en una temporada. La segunda es que eso ha tardado un poco, pero al final me ha llegado a mí, y por dos vías distintas.

 

Lo dicho, en el fondo son medallas, pero toca clavárselas en carne viva.

 

Una de arena.

 

El miércoles un hombre se me declaró en el metro. Un señor trajeado, con pinta de árabe, me paró al pie de la escalera mecánica de la parada de al lado de mi casa y me contó que él, normalmente, se habría bajado dos paradas antes, pero que ese día no había sido capaz. Que si podíamos tomar un café juntos e intantábamos averigüar por qué. Al menos le echó gracia. Le dije que no podía porque me esperaba mi chico para comer, y muy educadamente, me pidió el número de teléfono y me ofreció el suyo por si alguna vez me lo pensaba.

 

... y patada en los cojones.

 

Da lo mismo cuánto intentes hacer algo. Si al final no lo has hecho, o no lo has hecho todo, o no lo has hecho tan bien como deberías, el resultado que consta a todos los efectos es que no lo has conseguido. Y cualquier explicación es una excusa, y al final una falta de interés en conseguir tu objetivo. Pretextos de todo a cien. Parole. Viento vibrando, nos guste o no.

 

Tomad nota, criaturas.

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