Esta semana pasada he estado de baja. Nada grave, en realidad; una gripe intestinal de esas que te convierte en un tubo, el contenido de tu aparato digestivo se ve convertido en batido y aloja aliens en tu abdomen, aliens que no dejan de chillar como locos cuando mejor les parece. Debo reconocer que no ha sido para tanto, porque casi no me ha subido la fiebre y, de hecho, lo único que sucedía era que de vez en cuando tenía que salir corriendo al baño con unos buenos retortijones, pero supongo que eso se me sumó con un bajón otoñal y una temporada más chunga de nervios (vaya usté a saber por qué, si mi vida es una balsa de aceite), y no me sentía yo como para ir a trabajar. Vamos; que me fui al médico y pedí la baja.
Hoy he vuelto a la oficina (sí, ya me han insultado mucho por haber vuelto a currar en viernes) y al ir a poner los papeles del médico en valija para que llegaran a la central me he dado cuenta de que el justificante estaba hecho a nombre de una empresa en la que entré a trabajar hace ya diez añitos. Resulta que los datos del ambulatorio no van ligados de ninguna manera a los de la seguridad social, y por lo tanto los datos de cotización están seguros, lejos de los médicos, administrativos y demás trabajadores de la sanidad pública. Diez años, oiga. ¿Y saben ustedes a qué se debe, ese hecho?. Pues a que, señoras y señores, hasta hace aproximadamente una semana hacía algo así como ocho años que no me cogía una baja. La última fué cuando me pegué la leche con la moto (dos operaciones, casi dos meses de ingreso hospitalario, otro tanto de inmobilización y más de seis de recuperación diaria). Desde entonces he podido faltar algún día al trabajo, sueltos y por causa de fuerza mayor, pero para eso solo hace falta un justificante. Pero lo que es una baja, baja... La intemerata. Tal vez sea cierto que a veces soy demasiado burra.