Hace pocos días hablaba con alguien a cerca de un fenómeno al que yo denomino involución. Qué queréis; tal vez no sea la palabra más adecuada, pero es la primera que vino a mí cuando me dí cuenta, y sigo usándola sin complejos.
Valga decir que esta entrada pretende ser totalmente respetuosa y describir, simplemente, un fenómeno que me llama la atención y en el que yo también caigo a menudo.
A menudo me doy cuenta de que la gente tiende a pensar mucho, y gasta ingentes cantidades de tiempo y energía en explicar con todo lujo de detalles todo lo que ha pensado. Y, cómo no, cada cual acostumbra a dedicarle la mayor parte del esfuerzo a su tema favorito, que acostumbra a ser su propio ombligo.
Hay muchas personas a las que quiero horrores y a quienes a penas conozco. Probablemente no sé cuándo es su cumpleaños, ni nada sobre su familia u otros amigos, y seguramente tampoco sabré qué estudiaron ni en qué trabajan. Y sin embargo, cuando hablo con ellos o (sobre todo) leo sus blogs ingurgito párrafos como ladrillos a cerca de su filosofía vital, la forma en cómo concilian sus escalas de valores con el cenagal de sus vidas cotidianas o lo mucho que han aprendido a raíz de tal o cual hecho. Y hay gente a quien, además, le sobra tiempo y ganas para discrepar, indignarse y/o discutir sobre cómo ve otro la vida. Unas pasiones del recopón, todo muy digno de "el pensador" de Rodin, muy profundo. Qué interesantes, filosóficos o crípticos (márquese con un círculo donde proceda) somos todos.
No pretendo ser descortés en absoluto, pero sucede que cuando intento centrarme en esos términos éticos, morales y vitales demasiadas veces me siento como Hommer Simpson en esta ilustración, con un mono fascinante tocando sus platillos al ritmo de "chin, chin, chin, chin....". Porque hace tiempo que decidí involucionar.
Que nadie vaya a pensar que ha sido una tarea sencilla; la sociedad, hoy en día, premia la grandilocuencia, los grandes discursos, los grandes planes, las filosofías elaboradas y primorosamente expuestas. Los imagino como regios castillos de bases sólidas, con cimientos sólidos y gráciles torres que se tambalean pero nunca caen, con pendones de colores vivos reluciendo al sol (hacedme el favor de leer esto con voz particularmente grave y modulada). Yo soy su víctima, y los he creído necesarios durante demasiado tiempo. Y siguen ahí. Pero sucede que un buen día me fijé en que, en realidad, lo que andaba haciéndome eran pajas mentales a dos manos. Mis decisiones, mi filosofía, mi escala de valores y tantas otras cosas solo me importan a mí. Y hay veces que ni si quiera eso. No afectan a la rotación de la tierra, por fuerte que piense o crea, o por tantos sitios donde lo publique. Que nadie se eche las manos a la cabeza; no soy rácana expresándome ni explicándome (aunque a veces me cuesta un poco), pero prefiero mil veces hablar sobre lo que hago, lo que me sucede, y encontrar lugares comunes apelando a cosas que todos podemos entender facilmente y sobre las que podemos hablar sin subir la voz. Siempre hay tiempo para una bronca enriquecedora.
La vida es, demasiadas veces, corta, complicada y puñetera de por sí. Y creo sinceramente que no tengo por qué hacérsela más compleja a los demás... Ni a mí misma. Si alguien quiere saber, preguntará. Y responderé gustosamente, más aún si es ante una cerveza.
Hace tiempo que he decidido hacer un "back to basics" y disfrutar de cosas que me hacen sentir feliz, e intentar que los demás sean también un poco más felices a mi paso. Sin agobios, claro, que cada uno es responsable de su propia realidad. Pero, si está en mi mano, es probable que intente compartir parte de la belleza y diversión que percibo en las cosas más simples. Los juegos. La comida. Los amigos. (Nota; me gustaría incluir "el amor" en este listado, pero la experiencia me demuestra que eso puede ser terriblemente complicado, aunque sea tan y tan gratificante que valga la pena no dejar de intentarlo. Ya veis; toda norma tiene excepciones...). A veces debo parecer una cría, y eso disgustará a mucha gente, pero eso es algo que me preocupa poco. ¿Os habéis fijado que los críos ríen mucho más a menudo y acostumbran a parecer mucho más felices con cosas más sencillas? Eso es porque es posible. Y no es ni si quiera difícil.
Así que voy a servirme otra porción de pizza, un poco más de vino y sentarme en el sofá con mis gatos. En Barcelona hace una noche estupenda, y siento un cansancio dulce aflojando poco a poco mis músculos. He pasado unos días estupendos de juegos, diversión y cariño, y en breve (muy en breve) van a venir más. Y esta vez no tienen fecha de fin. Eso contribuye mucho a tener un estado de ánimo como el de hoy. Estoy deseando empezar a colocar libros y a tirar lastre.
Hay pocas cosas más reconfortantes que la sensación de estar haciendo justo lo que debes estar haciendo. Y pienso quedarme a vivir ahí. Hasta que me echen.
Cuidado con Oscar Pulitzer
Hace 1 año