En todos los trabajos que conozco hay puntas. Momentos de saturación. Algunos son constructivos y estimulantes, porque suponen retos con resultados a corto plazo. Otros, como el que vivimos ahora en la oficina, es de los chungos. Andamos ahogados de trabajo administrativo, rutinario y desagradecido, que se suma al que tenemos habitualmente. Y en mi caso me encuentro, además, con el hándicap de estar de cara al público, teniendo que esforzarme siempre para ofrecer mi mejor cara.
No me quejo demasiado en serio, que al fin y al cabo es soportable, pero llevo encima un desgaste tanto físico como psicológico muy importante (más o menos el que supone un mes y medio din un día de paz y tranquilidad), y a unos tres meses de las vacaciones.
Y eso, claro, hace que surjan roces a todos los niveles.
Estoy con un estado de ánimo entre la rabia y la abulia; una especie de resaca de un subidón de adrenalina mal sublimado. Uno de esos que no se pasa ni con una buena pedicura.
Claro que eso sólo he podido averiguarlo después de una buena pedicura.
Cuidado con Oscar Pulitzer
Hace 1 año