No sé si os he contado alguna vez el mejor piropo que me han dirigido (hasta el día de hoy). Empezaré por la parte morbosa; fué una chica. Y guapa, para más INRI.
Para los que no lo sepáis, soy adicta a
masajes a mil, centros de estética rápida, ideales para ataques feroces de síndrome premenstrual (¿cómo salgo yo a la calle con ésta cara? ¡Necesito una limpieza de cutis y una sesión de UVA!), arrebatos de glamour o depilaciones de emergencia. Qué queréis que os diga, el hedonismo es lo mejor que puede haber para las crisis de ego...
Pues en una de éstas estaba yo cuando decidí que necesitaba ir a depilarme (situación erótica donde las haya); piernas enteras, ingles y axilas. Un completo, vamos. Me atendió una chica nueva en mi centro habitual, una rubita muy mona, medio pija, que me contó que trabajaba en éso mientras se acababa de sacar la carrera (derecho, creo), y que la habían cambiado de centro.
Cuando empezó a depilarme, me hizo algunos comentarios a cerca de mi piel (otra cosa no, pero tengo una piel fabulosa); que si es muy suave, que si es tan tersa, que si se ve tan delicada...
Poco a poco, mientras ibamos hablando, me iba contando su vida, y yo intentaba relajarme entre tirón y tirón.
Cuando terminó de depilarme empezó a darme un masaje con aceite, para calmar la piel y eliminar rastros de cera, mientras iba observando que no quedara ningún pelo rebelde. Y en ello estaba, sobándome las piernas sin contemplación, cuando, de repente y sin previo aviso, me soltó en voz bajita, casi en un susurro... "es que parece que esté acariciando mármol caliente...". Imaginad la cara que se me quedó.
Tengo que reconocerlo; es la típica situación que te hace sentir... ¿cómo decirlo?... entre incómoda y halagadísima. Pero lo cierto es que, como piropo, es "para nota". Hala, ahora ya lo sabéis.