Mi noche es un cuento animado. El estuco de la pared dibuja finas enredaderas, mientras la cinta del ventilador del techo, mecida por la brisa, parece una inquieta liana. El televisor sin sonido pinta perfiles en el cabezal de la cama. Las sábanas de satén son la superficie de un lago en calma. Mi habitación es un mundo de sombras chinescas, llena de fieras de peluche y de pequeñas hadas, que en lugar de polvos para dormir me rocían con pociones que sólo me permiten soñar despierta.