Uno de los síntomas que más odio del otoño es la gotita. Tiene entidad propia y es inevitable. Cada año, cuando empieza a refrescar, el primer día en el que te quedas cinco minutos más de la cuenta en la calle o, por lo que sea, olvidas la chaquetilla al salir a tomar el café acude a tí la gotita, deslizándose traidora por tu nariz, amenazando con darte ese aspecto inquieto, asalvajado, animalesco, enfermizo. Se acerca el otoño, las hojas doradas y rojizas tapizando bosques y ciudades, los atardeceres encendidos y los madrugones legañosos y grises, los jerseicillos o jerséis, sin paliativos, y los zapatos cerrados (¡Adiós, deditos de los pies, hasta la primavera que viene!), los labios resecos y cortados y, por descontado, la gotita; el paso previo al primer catarro de la temporada.
Pero no, en realidad, aún no hace frío. Solo que no vendría mal pensar en echarle algo por encima a la cama para taparte por la noche, y, sin saber exactamente por qué, te das cuenta de que has preparado caldito, de esos que piden arrebujarse en el sofá y yema de huevo y un poquito de queso. Y tal vez algo de vino tinto. Qué cosas nos trae el setiembre.
Estamos haciendo progresos gatunos. Me estoy dando cuenta de que el peor enemigo que tendrán los gatos en su proceso de adaptación será la impaciencia de sus dueños. Barbián lleva en casa desde el viernes por la tarde (llegó con un señor colocón, el pobre, y con todo el estrés que supone para un gato que le muden...) y ha empezado a adaptarse muy bien. El primer día ya casi no bufaba, comía y bebía con total normalidad, y estaba mimosón y un poco asustadito. Como (su dueño) estaba impaciente por ver cómo reaccionaba con sus nuevos primitos le abrimos la puerta del cuarto, dejando como única separación entre él y el salón (y, por lo tanto los otros gatitos) una puerta de reja. Creo que ha sido de lo mejor que podíamos haber hecho aunque sea acelerar las cosas un poquito, porque aunque debemos enfrentarnos cada tanto a una sinfonía de bufidos y gruñidos, tanto los gatos como nosotros estamos mucho más tranquilos viéndonos las caras. Creo que lo estamos haciendo muy bien. Tres puntos, colega.
Imperator y yo estamos viendo devorando The Big Bang Theory, grandísima serie que retrata muchos de los tópicos (enternecedores por lo realistas y próximos) de la vida de muchos de nosotros. Dejando de lado los diálogos sobre física tengo a ratos la sensación de que podrían haber sacado la mayor parte del guión de conversaciones que he mantenido en la última semana. No sé; sentirse identificada con un grupo de geekies/teckies/neerds tiene algo raro, porque no me veo en ese arquetipo. Aunque lo cierto es que no me preocupa en absoluto. Me chirriaría más verme en otras series. Por cierto; la compañera de laboratorio del chico de las gafas (oh, debería poder acordarme de su nombre...) es la actriz que hacía de hija de Roseann, ¿verdad?. Ya decía yo que me sonaba de algo.
Sigo en la oficina maldita pero la verdad es que no está siendo tan terrible. Alguien (y ahora estoy hablando por otro, no por mí) está tomando toda su medicación o follando con regularidad, y como consecuencia puedo venir a trabajar con normalidad (anda que no tengo curro estos días) e irme sin la sensación de estar saliendo de uno de los últimos círculos del infierno. No sé; tal vez el hecho de que evitemos hablar en la medida de lo posible, de una manera de lo más polite, ayuda. Además; hoy, con el tema de la vuelta al cole, mi jefe y mi jefa (que manda cojones que aquí haya dos jefes y un indio) llevan toda la mañana al teléfono comentando la jugada de la vuelta al cole de sus retoños con amigos, parientes, compañeros... o entre ellos. Entrañable, ¿verdad?. Bué; al menos estoy tranquila. Y entre cliente y cliente y llamada y llamada me da tiempo de redactar esto y mandarlo por mail (maravillas de blogger, oiga, a ver si funciona).
Consejo práctico; cuando vayáis al banco y paséis a ventanilla, llevad el DNI y tarjeta o libreta en la mano, y si os llaman por teléfono cuando os están atendiendo valorad si, realmente, es imprescindible que contestéis en ese mismo momento o podéis devolver la llamada en un rato. La de minutos y minutos que se pierden esperando todas y cada una de esas cosas cada puñetero día. Y, creedme, cuando hay gente esperando detrás tuyo la mala cara me la ponen a mí, como si yo tuviera que responder de que un cliente lleve el billetero rebosando de carnets y tarjetas y no encuentre el que necesita ahora o de que tenga una interesantísima vida social que debe contar a todo el mundo justo cuando está haciendo sus gestiones. A parte de Paqui, toda la gente del patio de operaciones y yo nos hemos enterado de lo de Edgar, oyes. Sí, tía, muy fuerte.
Y poca cosa más. De momento la noticia del día es que la entidad en la que trabajo está adaptándose para no sé qué narices de ISO en prevención de riesgos laborales, y una de las nuevas normativas dice que no podemos tener en el botiquín más que tiritas, agua oxigenada y algodón. De todo esto se entera una al pedir una cajica de nada de Gelocatil que, a parte de antiácido (tan necesario cuando se trabaja de cara al público) es lo que tenían a bien suministrarnos desde la central. La menda lerenda saca dos concuclusiones, dos. La primera es que la empresa se preocupa por nosotros. Tanto que no está dispuesta a permitir que intentemos suicidarnos a base de Almax o que podamos usar el material de oficina para picar el paracetamol y los billetes de 500,00 para esnifarlo. La segunda es que la próxima vez que tenga dolor de cabeza, muelas o articulaciones voy a pillarme una baja, con dos cojones. Desproporciones a mí, oiga.
2 comentarios:
Eso (lo de los medicamentos) me ha pasado en el centro de empresas donde los suecos. Me explicaron que ya no les dejan tener aspirinas.
País de gilipollas. Pues nada, todos de baja, que es lo que debimos hacer siempre.
Sigh, paciencia. Con los gatos y con el botiquín.
Y las drogas, a llevárselas de casa, claro.
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