En mi trabajo cada año toca hacer valoraciones y, creo que ya lo he mencionado, este año mi valoración como empleada la va a hacer Igor. Ello, al principio y por muy buenos motivos, me hacía menos que poca gracia, porque si ya toca las narices pensar que ese infraser va a poder opinar sobre cómo lo estás haciendo, la simple idea de cumplir con el maravilloso procedimiento corporativo (que implica reunirme con ella y discutirlo) me daba muchísimo por culo.
No nos engañemos; Igor tiene un poder real. De la valoración que haga de mí puede depender, en buena medida, mis espectativas para el año que viene y cobrar más o menos (o no cobrar) variable este año. Quienes hayan hablado conmigo ultimamente ya sabrán que este año, por los motivos más variopintos, ha supuesto un gran desequilibrio económico del que no me voy a reponer ahora ni en un futuro próximo. C'est la vie. Pero cobrar la variable depende de tres factores; el cumplimiento de mis objetivos, mi valoración y los resultados de mi unidad de trabajo.
Total; esta semana tenemos que reunirnos. Eso debía haber sucedido el lunes. El plan era que yo me quedara en la oficina a la que estaba asignada (que no era la suya) hasta que llegase otra compañera, y entonces avisar cuando pudiese salir e ir hacia allá. El lunes, como podrá imaginar quien me conozca, cumplí como una chica formal y, cuando hube terminado con mi trabajo en la oficina y todos los compañeros estaban ya listos, con una gran bola en el estómago, levanté el teléfono y marqué su extensión. A pesar de que aparecía como conectada y en línea (maravillas de la telefonía IP) la llamada terminó saltando a una de las compañeras de la oficina, a la que pregunté por la jefa. La chica (con menos personalidad de un dado de seis caras, más blanda que los zopilindrones, con un problema casi constante de relajación de músculos faciales -cosa que le impide mantener la boca cerrada de forma habitual- pero buena persona) me comentó que ella había salido "a hacer unas gestiones" y le pedí que le dijera, cuando volviese, que me llamase para quedar.
Si hubiese fumado me habría ido a castigarme con mi cigarro después de ese mal trago, pero el caso es que un momento de verdad me saltó a la yugular sin necesidad de droga alguna. Fue como soplar el polvo de la inscripción de una lápida; algo que siempre había estado allí pero que aún no había visto. Oye, ¿y si resulta que a ella le hace tan poca gracia como a mí? ¿Y si resulta que ella también me tiene miedo? ¿Y si resulta que ella (que aún no es mayor pero que ya tiene una edad, una hipoteca y bastantes muertos en el armario) tiene mucho más que perder que yo? ¿Y si es consciente de lo mal que queda que ella vaya señalando a un montón de gente (lo mal que lo hacen, lo poco implicados que están, lo mal que trabajan) pero que haya un montón de gente más dispuesta a señalarla a ella?. Hacedme el favor de recrearos un poco con la idea. Es golosa, casi roza la obscenidad. Coloca mis tacones de aguja en su cuello y hace aflorar una pérfida sonrisa en mi boca. Y así, con la sensación de tener la sartén por el mango, reevalué mi situación.
Resulta que cuento con las valoraciones de mis anteriores jefes, que sitúan mi trabajo (mirado rigurosamente) en un notable, cuando se entiende que cualquier empleado que haga exactamente lo que se supone que tiene que hacer está en un muy honroso suficiente. Resulta que cuento con los resultados de los años anteriores, en los que he cumplido mis objetivos personales y las unidades en las que he trabajado han cumplido con los suyos. Eran años de bonanza, efectivamente, y eso podría resultar explicación más que suficiente. Pero es que resulta que este año, que ha sido particularmente duro desde el punto de vista del mercado, con cambios a nivel laboral y, además, devastador a nivel personal, con las cifras consolidadas de septiembre estoy en un 280% de cumplimiento de mis objetivos personales. No es moco de pavo.
Ayer, cuando llegué a casa, le conté a Imperator otras movidas del trabajo que afectan a gente a quien tengo verdadero aprecio. Casos de acoso laboral, casos de gente con miedo, casos de mala gestión de personal, EREs encubiertos, etcétera. Todo ello está haciendo que me plantee seriamente la conveniencia de planear desarrollar una verdadera carrera laboral aquí. Creo que puedo demostrar que cumplo sobradamente con lo que se espera de mí, que tengo ganas de aprender y de hacer las cosas bien, porque creo en las cosas bien hechas. Y sin embargo tengo que aguantar que un cargo intermedio mediocre intente hacerme aguadillas, y que probablemente se salga con la suya. No, gracias.
Hoy voy a despachar con Igor. Veremos. Si la valoración que hace es mala pero se porta bien seguramente le explicaré por qué debería modificarla. Si me toca los bemoles lo suficiente lo más probable es que le deje que la envíe tal cual. Y a ver qué resulta de eso.
4 comentarios:
280 es poco. Se quedan cortitos. Deberían admitir valores de 4 cifras, porque el hecho es que tú molas mil.
Que conste que opino que tú vales para algo mejor que esa mierda de trabajo.
¿Cómo fue, guapísima?
Sí.
Respecto al título, digo.
Me ha costado averiguar que ahí "Igor" es un nombre genérico para cualquier culiliche.
(Culiliche es un canarismo que junta un lexema hispano con otro sajón, "lick").
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