¿Notas esa tirantez? Una curiosa tensión que se adueña de las comisuras de tus labios, que tira de ellos hacia las orejas, que hace que se achinen tus ojillos. Es algo conocido, ¿verdad?. Yo juraría que no lo has olvidado.
Como montar en bici, oiga. Reir es algo de lo que nunca te olvidas.
Hoy me he dedicado a hacer cosas que tenía pendientes. He cambiado el grifo de la ducha (con la inestimable ayuda de mi señor padre), he ido a comprar cosas de menaje y jardinería y he arreglado la mayor parte de la terraza.
Empieza a ser un poco tarde (con todo lo que me queda por hacer) para decir que voy a ir a descansar pronto, pero es casi cierto. Me duelen los riñones y estoy cansadísima. Pero es grato. Es la paliza de haber hecho algo por mí misma. Y eso es bueno.
Esta va a ser la primera noche en meses que pase sola en casa. Mis dos compañeras están de viaje, y los únicos ruidos que oigo son los que los gatos o yo provocamos. El ronroneo de la tele. Música en el ordenador. Y luego, el silencio.
Siento esto como un regalo; el de poder recuperar solo para mí por una noche lo que en un tiempo fue mi territorio. En estos tantos metros cuadrados me siento en casa. Es un espacio que he compartido; algunas veces por decisión propia, otras por obligación. En breve voy a compartirlo con Imperator, y ardo en deseos de que llegue ese día. Pero esta noche dormiré sola en casa; más sola de lo que he estado en tiempo, y la última vez que eso sucedió las cosas eran muy distintas. Días y noches como la de hoy son necesarias para poner las cosas en su sitio. Física y metafóricamente hablando. Hay veces en las que la soledad parece una condena. A veces es una grata compañera.
Creo que hoy descansaré de lo lindo. Me hace falta.
(Otro post emo. Ya conocéis vustros derechos. Será la fase lunar, qué queréis que os diga)
¿Sabéis qué? Que estoy harta. Se terminaron los Sanfermines y sin haber visto un encierro no me libro de los toros, que me persiguen implacables cuesta abajo. No encuentro un burladero, no puedo entrar en las vallas y ni si quiera veo la arena; ando resbalando y tengo la terrible sensación de que en cualquier momento van a cornearme o arrollarme. Pobre de mí.
Sigo al pie del cañón y hago lo que puedo. Tal vez no sea tan malo estar simplemente cumpliendo. No estoy tan mal, pero ando lejos de estar como quisiera. Me siento en un estado de resaca permanente; vuelve a dolerme la cabeza. Ando a la espera de poder arreglar un montón de cosas que no terminan de concretarse, y me obligo a poner buena cara y a tirar y a cuidar de demasiada gente. Cuando intento hacer las cosas fáciles para los demás; mal. Cuando intento hacerlo fácil para mí; peor. Parece que no acierto nunca. Pobre de mí.
Tengo la sensación de protagonizar una peli de Almodóvar, a la que solo le faltan un travesti y unos pendientes de plástico. Quiero un respiro, una área de servicio, un oasis o una tregüa. Las vacaciones no llegan nunca, y me siento incapaz de mirar más allá de mañana por la tarde. Tengo la nevera vacía y ninguna gana de llenarla. Ni si quiera me apetece cocinar. Algunas plantas de mi terraza han muerto, y aún no he retirado los cadáveres. Qué bien se postergan las cosas en estos momentos. Pobre de mí.
Quiero un abrazo de mi madre. Quiero calor, comprensión y compañía. Quiero dormir de un tirón esta noche. Quiero apasionarme con un libro, engancharme a un videojuego, fotografiar cosas bonitas y reirme a carcajadas. Quiero poder agradecer que no haya sido peor, mirar este post en unos días, y burlarme de lo bien que se me da ser la reina del drama. Pero ahora quiero que terminen estos Sanfermines. Y poder entonar con sorna mi propio Pobre de mí.
(OJO; este es otro post emo. Podéis remitiros a advertencias en los anteriores para conocer vuestros derechos, y para tranquilizaros respecto a la importancia que puede dársele a algo así aquí. He dicho.) Últimamente ando frustrada con un montón de cosas. Y la principal, aunque supongo que en el fondo es una gilipollez, es que no consigo sacudirme de encima la sensación de tristeza que me acompaña. No es lo único que me sucede, claro. Estoy cansada, y eso se nota. Mi rendimiento es bajo en un montón de cosas en las que normalmente estaría dándolo todo. Me cuesta terminar lo que empiezo y entusiasmarme en nuevos proyectos. Me siento como los protagonistas de "Esta casa es una ruina"; enfrentándome a un montón de cosas que requieren de prácticamente toda mi atención y mi buen saber hacer, y a las que no puedo dedicarme como debiera. Me siento como si estuviera construyendo la casa de mis sueños para otro, poniéndole un montón de ganas, y viendo como todo se echa a perder poco a poco o del tirón. Un montón de esfuerzo en vano. Y eso cansa.
Pero todo esto se ve entorpecido por esta tristeza. Estoy triste. Del mismo modo que estar cansado puede resultar algo épico, noble, digno de ser aplaudido, la tristeza es uno de esos males que representa que los padece quien quiere. Cada cual puede decidir estar o no triste, y darse más o menos cancha para recuperarse de una época poco amable. Cuando eres consciente de eso (al menos a mí me sucede) terminas sientiéndote gilipollas por no ser capaz de quitártela de encima, más aún si te repites contínuamente que todo esto está sucediendo porque tú lo permites. No puedo evitarlo, aunque sé que debería poder hacerlo. Y eso tampoco ayuda. Siento que mis esfuerzos en un montón de campos son estériles, y me repatea. Vivo en una contínua sensación de provisionalidad, y me repatea. No consigo concentrarme ni comunicarme como debería, y me repatea. Y me cuesta dejar de ver las cosas mates y plomizas, y eso lo hace todo mucho más complicado. Y me siento gilipollas por ello. Y me repatea. Queda menos de un mes para las vacaciones. Ains...
Este año he aprovechado la coyuntura (de mi cumple y que hacienda ha tenido a bien devolverme el dinero que llevaba un año ahorrando por mí) para hacerme un regalo que hace tiempo que quería; una cámara de fotos.
Sí, vale, ya tenía una. Una de esas pequeñitas y compactas, ideales para llevar en el bolso y que no me dolería en el alma perder. Pero ahora quería otra cosa. Quería tener la oportunidad de aprender a plasmar cosas, situaciones, rostros y lugares de aquellos que se quedan grabados en la retina.
No es de las mejores (no sabría aprovecharla suficiente, a parte de que no podría permitírmela...) pero me basta para retratar con nitidez cosas que me gustan.
Y gracias a ella puedo demostrar que tengo al gato más lindo del universo viviendo en casa. Esta es la prueba.
Son mis últimos veintitantos. Y todo lo que se me ocurre ahora mismo (echémosle la culpa a mi estado hormonal, o algo) es un rosario de cosas por las que me apetece saltarme el día de mi cumpleaños. Así que voy a levantar la frente y volver a poner mi mejor sonrisa de azafata del 1, 2, 3. Porque hay muchas cosas de las que alegrarse, y de nada sirve pensar en lo que nos entristece. Porque, estoy segura, en adelante todo irá mejor.